El lagarto astronauta by Kenneth Cook

El lagarto astronauta by Kenneth Cook

autor:Kenneth Cook [Cook, Kenneth]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Aventuras, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 1980-12-31T16:00:00+00:00


El viejo loco y el mar

No me gustan los tiburones. No es nada extraño; probablemente gusten a poca gente. Pero mi aversión alcanza la fobia. Nunca logro estar cómodo en el agua por culpa de la posibilidad de que haya tiburones. Un estanque de agua dulce a mil kilómetros del agua salada más cercana no me procura placer alguno. ¿No descubrieron una especie de tiburón de agua dulce en alguna parte de Nueva Guinea? ¿Por qué no en Australia? Me pongo nervioso incluso en una piscina cubierta saturada de cloro; algún bromista maníaco podría haber soltado a un tiburón en ella. No me gusta pasear a orillas del mar por miedo a que salga un tiburón de un salto y me coma.

Imagino que la fobia me llevará un día a inspeccionar incluso el agua de la bañera.

Obviamente padezco un miedo rayano en el trastorno mental. Pero puedo vivir con ello. Lo que me preocupa es cómo dejé que el Viejo Loco del Mar me implicara en la pesca de un tiburón.

Lo conocí en un pub de Port Augusta, en el sur de Australia. Allí los pubs son el único lugar donde puedes conocer a alguien. En Port Augusta, cualquiera con una pizca de interés parece mucho más atractivo de lo que realmente es. No es que tenga una mala opinión de Port Augusta; creo simplemente que es un lugar carente por completo de interés donde nunca ocurre nada interesante.

Así que mientras me encontraba en Port Augusta bebiendo ginebra calladamente y tratando de encontrar algo interesante sobre lo que escribir, no es extraño que me sintiera intrigado cuando el Viejo Loco del Mar, que se encontraba junto a mí bebiendo un fluido oscuro y espeso, se volvió y me dijo: «¿Te vienes a pescar un tiburón?».

Es razonable sentirse protegido de los tiburones en un pub de Port Augusta, y por eso no me contraje de terror ante la temible palabra.

—¿Por qué debería ir? —repliqué benévolamente.

—Tómate algo —dijo.

—Gracias —dije.

—¿Qué estás bebiendo? —preguntó el Viejo Loco del Mar. La voz sonó como si atizaran el carbón de una chimenea.

—Ginebra con tónica.

La torcida y bastante enrojecida nariz se arrugó bajo unas cejas blancas y pobladas.

—Ah —replicó, con obvia desaprobación, pero llamó a la camarera—. Ginebra con tónica para el colega y lo mismo de antes para mí.

Mientras llegaban las bebidas, intercambiamos los nombres. El suyo era Joe. La camarera me sirvió el gin-tonic, y sirvió a Joe un poco más de aquel fluido oscuro y espeso contenido en una botella cuadrada con una etiqueta en la que no había escritas más que dos palabras, «Blue Gold».

Joe volvió al tema.

—Eres el tío que escribe, ¿verdad? —Yo había aparecido en un programa de la televisión local promocionando un libro sobre mis desventuras en el Outback.

—Sí —dije, con algo de autosatisfacción, porque rara vez me reconoce alguien, y prescindiendo del hecho, más que probable, de que Joe me hubiera reconocido solo porque me hubiera visto en la televisión y no porque hubiera leído mi libro.

—Me gustó tu libro —dijo, demostrando que me había vuelto a equivocar—.



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